DENI PRIETO STOCK.
PERTENECÍA A LAS FUERZAS DE LIBERACIÓN NACIONAL; CAYÓ EN ASALTO AL CUARTEL DE NEPANTLA. DENÍ, UNA VÍCTIMA MAS DE LA REPRESIÓN CONTRA LAS GUERRILLAS DE LOS SETENTA.
BLANCHE PETRICH. La Joranda, México D.F. Sábado 5 de enero de 2002.
De niña, Dení Prieto Stock jugaba montando obras de teatro de Tenesee
Williams. Tenía un perro boxer, El Chato, que literalmente se comió al
Quijote de la Mancha. A los 12 años leía a Tolstoi. A los 14 coincidía
con su padre, el dramaturgo Carlos Prieto, en calificar a los
intelectuales de la izquierda europea ?Altusser, Foucault, Lacan? de
“inteligentes pero confundidos”.
Los adolescentes de su generación se movían al ritmo de los Doors,
Janis Joplin, Aretha Franklin. Ella prefería las canciones de protesta.
A los 19 años, el 11 de septiembre de 1973, salió a las calles, a la
protesta masiva al pie del Ángel de la Independencia, empujada por los
estallidos del bombardeo ordenado por un tal Pinochet contra la casa
presidencial en Santiago de Chile.
Ahí encontró, desolado también, a su tío Luis Prieto.
”Y de ahí nos fuimos caminando juntos. Me habló de Salvador Allende,
de su muerte, de lo que pensaba. Veía cerradas todas las puertas de
lucha pacífica. Me preocupó lo que decía. Le pregunté si pensaba irse a
la guerrilla. Lo negó. Pero por lo que decía, no sé, dejaba abierta esa
puerta. Tres veces le dije: ‘no lo hagas, vas al sacrificio’”, cuenta
Luis Prieto.
Poco tiempo después asombró a sus padres con la decisión de entrar
como socorrista a la Cruz Roja para estudiar enfermería. A finales de
octubre ya militaba en las Fuerzas de Liberación Nacional, recluida en
la casa de seguridad de la organización en Nepantla.
Eran siete los militantes asignados a ese pequeño cuartel rebelde,
entre ellos dos muchachas, Dení y Elisa Benavides, que apenas tenía 17
años. Sus tareas consistían en cuidar la casa, el sembradío de alfalfa y
el corral con pollos y conejos. Según se planeaba, servirían para
alimentar a los comandos que incursionaban ya en las futuras zonas de
implantación guerrillera en Chiapas.
Durante esos meses Dení (que quiere decir flor en otomí) contrajo
matrimonio, según las leyes revolucionarias de la propia organización,
con Sergio Morales.
A finales de enero, quizá ya febrero, las dos jóvenes demandaron
entrenamiento militar. Tuvieron algunas clases teóricas, vieron algo de
balística y han de haber tenido dos o tres prácticas de tiro al blanco.
El 14 de febrero el Ejército asaltó la casa de seguridad. Dení fue de
las primeras en caer, quizá muerta instantáneamente, pocos metros
delante de Elisa. Elisa y Sergio fueron los únicos sobrevivientes. Los
apresaron.
UNA FAMILIA ROTA
Esa muerte destrozó a toda una familia.
Sus padres, Carlos Prieto y Evelyn Stock, quedaron profundamente
deprimidos con la muerte de su hija. El Ejército Mexicano nunca entregó
los cuerpos de los caídos a sus familiares; nunca les informó de su
paradero. Durante algunos meses más, recuerda el tío, unos
“policías-bandidos” chantajearon a la familia y le sacaron dinero con la
creencia de que estaría viva, detenida en algún lugar.
Durante muchos años a su hermana Ayari le atormentó la idea de que
antes de morir Dení hubiera sido torturada. O que los restos que su tío
recuperó de una fosa común siete años después realmente fueran de ella.
Entre los pedazos de memoria que Elisa Benavides ha ido armando para
dejar constancia de esa historia, figura este testimonio del ataque en
Nepantla, que dirigió el ahora general defenestrado Arturo Acosta
Chaparro:
“Dení iba justo delante de mí cuando comenzamos a caminar afuera de
la casa. Cuando nos dispararon nos tiramos al suelo, apenas habíamos
avanzado unos cinco metros, quizás, y creo que allí la mataron. No dijo
nada, tal vez no sintió nada. Le toqué los pies y traté que me viera
para explicarle ‘a señas’ que me siguiera. No respondió. Entonces nuevas
ráfagas y una explosión me obligaron a separarme de ellos y me fui
hacia donde estaban Sergio y mi compañero, que venía detrás de mí. Ellos
quisieron regresar por ella pero no lo hicieron, el fuego nos fue
empujando a todos fuera de esa área. Después, a mí no me mostraron los
cuerpos. Fue a Sergio y no sé a quién más a los que llevaron a
reconocerlos. No quiso nunca darme detalles. Se los pedí, pero me
contestaba ‘mejor no’. Los policías me mostraron fotos de los cadáveres,
de todos, una y otra vez. Sólo recuerdo que tenían un tiro de gracia,
sin ninguna duda, en el caso de Manolo; en el de Dení no podría
asegurarlo. Tenía una expresión apacible”.
El tío Luis recuerda que en 1981 se recibió, en casa de los Prieto
Stock, un oficio de la Dirección de Panteones que avisaba que el cuerpo
de “una adulta desconocida” iba a ser extraído de una fosa común y
desechado. Acudió solo al cementerio. Un viejo panteonero lo ayudó a
trasladar los huesos de la “adulta desconocida”, un esqueleto pequeño,
como pequeña era Dení, con un orificio en el cráneo. El viejo le comentó
a Prieto, lo recuerda: “¿Será que vino del hospital militar, o tal vez
del Campo Militar número uno?”
Luis Prieto es compilador, junto con otros dos autores, del libro Un
México a través de los Prieto. La obra está dedicada, desde luego, a
Dení. Relata la participación de una familia, como muchas, donde hay un
ala librepensadora, de izquierda. Cómo Ayari recuerda a Carlos Prieto,
el padre: “admirador de todo lo que fuera nuevo, liberador y rebelde”. Y
otra ala, “mocha y reaccionaria”, como dice Luis Prieto, con un abuelo,
Jorge Prieto Laurens, dirigente de una de las facciones perdedoras de
la revolución, que con el paso de los años organizó la Asociación
Anticomunista de las Américas. Ayari va más allá. Recuerda al abuelo
como fundador de los Halcones.
CARTA DE DESPEDIDA
“Mom & Dad & Ayari:
Saben por qué me voy, así es que no llenaré hojas tratando de
explicárselos. Sé que ustedes están de acuerdo conmigo y, aunque al
principio reaccionen como “familia preocupada”, finalmente se darán
cuenta de que sólo hago lo que harían ustedes en mi lugar. Ustedes saben
que no es una decisión repentina, sino de muchos años.
Tampoco crean que tomo esto como una aventura novelesca. Estoy
consciente de su gravedad y sé también que una vez adentro no hay paso
atrás. No sé cómo describir lo que siento al irme. Es entre felicidad,
ganas locas y un poco de pena por dejarlos a ustedes.
Me he puesto a pensar en la mucha suerte que tengo por ser hija de
gentes como ustedes, en quienes puedo confiar y que sé que comparten lo
que siento. Además en cuanto a modus vivendi no es ningún sacrificio,
sino al contrario. Dejo un modo de vida que, si no me repugna, por lo
menos me fastidia. Y aburre. (Sé que a ustedes ídem.)
Pase lo que pase, nuestro objetivo final vale mucho más que los
sacrificios que pueda costar. Les quiero más que nunca y les escribiré
tan seguido como pueda.
Dení “ Octubre, 1973.
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Nació el 8 de septiembre de 1955 en la Ciudad de México. Era hija de
Evelyn Stock y del dramaturgo y periodista Carlos Prieto Argüelles. Su
abuelo, Jorge Prieto Laurens, participó en la revolución mexicana de
1910, fundó el Partido Cooperatista (1921) y promovió la formación de la
Asociación Anticomunista de las Américas.
Dení tuvo una formación intelectual rica y precoz y desde muy joven
comenzó a participar en las brigadas comunitarias de la organización
Política Popular, principalmente en zonas rurales de Tlaxcala y el
Estado de México. Estudió el bachillerato en el Colegio Madrid y en 1973
estuvo a punto de ser encarcelada debido al proselitismo político que
realizó entre campesinos a los que impartía clases en Tenango del Valle,
Edomex. El mismo año fue reclutada para las EYOL por Julieta Glockner y
al poco tiempo, motivada por el golpe de estado en Chile, se convirtió
en un cuadro profesional de las FLN. La primera y única casa de
seguridad en la que estuvo fue la de Nepantla, Edomex, a la que arribó
el 26 de octubre de 1973. A los pocos días de su llegada a la “Casa
Grande”, contrajo matrimonio revolucionario con Raúl Sergio Morales
Villarreal.
La noche del ataque militar a la llamada “casa grande”, el 14 de
febrero de 1974, Dení perdió sus lentes con la explosión de una granada y
tuvo muchas dificultades para moverse, por lo que fue una de las
primeras en caer. Su cadáver fue sepultado clandestinamente en el
Panteón Dolores. Pese a diversas gestiones, su familia no pudo recuperar
sus restos en ese momento, sino hasta siete años después. De todos los
guerrilleros caídos en la historia de las FLN “María Luisa”, de 19 años,
fue la más joven, lo que le ha merecido un reconocimiento especial por
parte del EZLN.
Dení es la única militante de las FLN de las que el EZLN ha
expresado que celebra su cumpleaños. “Comunicado del EZLN, 8 de
septiembre de 1998”, en: www.ezln.org/documentos/1998/19980908.es.html
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¿Actualización de la guerra sucia?
• Javier Hernández Alpízar
En la lucha entre fuerzas que intentan construir una sociedad más
justa y las que se dedican a destruir esas posibilidades de cambio, las
ventajas de inicio son para la contra, pues opera desde el gobierno, con
recursos legales y sobre todo ilegales (con impunidad) contra fuerzas
siempre más pequeñas, que quieren llegar a invertir algún día la
“correlación de fuerzas”.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), hoy calumniado
por los mercaderes de la noticias, como la agencia EFE, el diario
Milenio y repetidores, tiene una historia previa al 1 de enero de 1994.
Una de sus raíces es un grupo armado revolucionario fundado en 1969 en
Monterrey, donde hoy hay un museo en memoria de sus mujeres y hombres
caídos, ejecutados extrajudicialmente y desaparecidos, la Casa del Dr.
Margil. Ese grupo armado se llamó Fuerzas de Liberación Nacional (FLN).
Desde entonces, en medio de la euforia de focos guerrilleros como los
Lacandones, el Movimiento Armado Revolucionario (MAR) y la Liga
Comunista 23 de Septiembre, entre muchos otros, las FLN tenían una
característica que ha heredado el actual EZLN: Tener su propio ritmo,
sus tiempos, apostarle al crecimiento, al largo plazo, a la seriedad del
trabajo cotidiano, al silencio como una de las formas de ser
comprometido con su objetivo de cambiar el país.
En medio del accionar de focos guerrilleros que asaltaban bancos y
secuestraban a personas del mundo empresarial y político, las FLN
decidieron no recurrir ni a los asaltos ni a los secuestros, vivir de
las cuotas de sus integrantes y tener proyectos pequeños como la crianza
de pollos.
Leer todo, aquí.
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NARRACIONES LIBERTARIAS
Alberto Híjar Serrano
Ante las recomendaciones librescas vinculadas con las grandes
editoriales y los reconocimientos de los aplaudidos prestigiosos a sus
aplaudidores, todo en el territorio hostil de la República de las letras
así sea en sus fronteras con la vida, hay que enumerar las
publicaciones recientes de la historia en construcción desde abajo y a
la izquierda.
Antonio García de León ha hecho una historia de Veracruz en la que
incluye como buen jaranero el saber de las danzas y las décimas
cantadas. Dos voluminosos tomos dan cuenta de esta antropología
totalizante como excelencia investigativa al encuentro del discurso
necesario para la nación.
Jorge Fuentes Morúa deja una obra ejemplar donde destaca la historia
intelectual de José Revueltas como saber estético-político, las
reflexiones sobre las autonomías y las autogestiones comunitarias, el
problema de la vivienda para actualizar a Engels, la narración de la
lucha armada en México centrada en las novelas de Carlos Montemayor que
dió a conocer en su última ponencia en el Coloquio José María Arguedas
en Huancayo, Perú. Dicen que preguntaba sobre los cinco intentos de
suicidio del peruano egregio y en el mismo mes de diciembre en que
Arguedas al fin logró quitarse la vida, el querido Fuentes Morúa
procedió igual en carne propia.
Adela Cedillo presentó como tesis de maestría la historia que va desde
la masacre en Nepantla y Ocosingo de los primeros de las Fuerzas de
Liberación Nacional. Es ésta la continuación de la formación de las FLN
hasta el descubrimiento enemigo de la casa de seguridad en Monterrey en
1974 de donde siguió el ataque militar a la casa de Nepantla para buscar
en Ocosingo y acorralar y matar a ocho fundadores que organizaban un
primer campamento en la selva. De esta investigación, Arte, Música y
Video tomó fotografías y videos expuestos por vez primera por Adela en
la casa de Nepantla. AMV documentó esta parte de la historia para el
documental y el libro Autonomía zapatista, el video La insurrección de
la memoria y la publicación de entrevistas usadas parcialmente en el
largometraje.
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REPRESION 74
Alberto Hijár
Con diferencia de horas, en febrero de 1974, una ola represiva tocó
Monterrey, Nepantla en el Estado de México, el Distrito Federal, el
Rancho El Chilar cercano a Ocosingo, Mérida y Campeche, para llegar
hasta Cataluña en España.
Jamás sabremos como la recién integrada Brigada Blanca dio con una casa
de seguridad de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional en Monterrey.
Los dos secuestrados y torturados en ese lugar fueron convencidos de
acompañar a grupos especiales y al ejército hasta la llamada por la
organización la Casa Grande donde en el brutal asalto fueron masacrados
cinco militantes, mientras dos sobrevivientes observaban la
identificación de los caídos rematados ahí mismo. De Monterrey llegaron
amarrados y golpeados los integrantes de una red de apoyo para
desaparecer en una cárcel clandestina en la Circular Morelia donde el
único secuestrado en el Distrito Federal corrió la misma suerte, las
mismas torturas, el mismo encapuchamiento y la permanencia con las manos
amarradas por detrás, de todo el grupo que durante no menos de ocho
días fue sometido a brutales interrogatorios. La información secuestrada
en Nepantla condujo hasta el Rancho El Chilar donde fue asesinado el
dirigente de las FALN con al menos tres militantes. Salvo las denuncias
esporádicas, la más reciente a raíz del intento de castigar a Miguel
Nazar Haro finalmente invicto, un video testimonial del compañero Javier
y las notas de prensa y protestas de comunidades muy diversas en la
segunda quincena de febrero de 1974, todo había permanecido sin
documentación ni crónica hasta que el domingo 12 de febrero de 2006, el
colectivo Nacidos en la Tormenta organizó una exposición en la casa de
Nepantla que permanece tal cual, con las huellas de los disparos con
armas de alto calibre.