Salvador Allende en la Moneda el 11 de septiembre de 1971
Desde 1961, apenas posesionado, el presidente John F. Kennedy nombró
un comité encargado de las elecciones que se desarrollarían en Chile
tres años después. Según la investigación de la Comisión Church del
Senado estadounidense[1], estuvo compuesto de altos responsable del
Departamento de Estado, la Casa Blanca y la CIA. Este Comité fue
reproducido en la embajada estadounidense en Santiago, capital chilena.
El objetivo era impedir que el candidato socialista, Salvador Allende,
ganara los comicios [2].
Allende era un marxista convencido de que por la vía pacífica se
podía llegar al gobierno, y, desde ahí, darle un vuelco a las
estructuras del Estado en beneficio de las mayorías empobrecidas.
Expresaba que para lograr tal objetivo se debía nacionalizar las grandes
industrias, priorizando las que estaban en manos estadounidenses, al
ser éstas las que explotaban los recursos estratégicos. Estos, y otros
ideales sociales, lo convirtieron en un indeseable para Washington:
podría servir de ejemplo para los pueblos de otras naciones
latinoamericanas.
Para hacerle oposición, varios millones de dólares fueron
distribuidos entre los partidos políticos de centro y de la derecha para
que realizaran su propaganda. Al momento de elegir el candidato a la
presidencia, Washington decidió apoyar a Eduardo Frei, del partido
Demócrata Cristiano, un personaje que impuso a sus otros financiados.
En total, la operación costó unos veinte millones de dólares, una
suma inmensa para la época, al punto de sólo poderse comparar con lo
gastado en las elecciones presidenciales estadounidenses. Es que
Washington no tanto invirtió en el candidato Frey, sino que realizó toda
una campaña de propaganda anticomunista a largo plazo.
La Comisión del Senado dijo: “Se explotaron todos los medios
posibles: prensa, radio, películas, volantes, folletos, correos,
banderolas, pinturas murales.” La Comisión reconoció que la CIA realizó,
por intermedio de sus partidos comprados y varias organizaciones
sociales, una “campaña alarmista” donde el objetivo principal fueron las
mujeres, a las cuales se les aseguraba que los soviéticos y los cubanos
llegarían para arrebatarle a sus hijos si ganaba Allende. Afiches
distribuidos masivamente mostraban a niños llevando en la frente un
tatuaje con la hoz y el martillo. La tradición religiosa también fue
manipulada al máximo para que se temiera al “comunismo ateo e impío.”
La operación psicológica funcionó por encima de las expectativas:
Frei logró el 56% de votos, mientras que Allende el 39%. La CIA, según
la Comisión del Senado, aseguró que “la campaña de inculcar miedo
anticomunista había sido la más eficaz de todas las actividades
adelantadas.”
Fue una operación psicológica, con carácter de guerra, cuya base eran
los planes aplicados en Guatemala que terminaron derrocando al
presidente Jacobo Arbenz, en junio de 1954 [3]. Una operación que en
Chile no se desmanteló con el triunfo de Frei, porque, a pesar de todo,
la cantidad de votos logrados por Allende fue alta. Y el vencido tenía
todas las intenciones de presentarse a las futuras elecciones.
En sus Memorias William “Bill” Colby, jefe de la CIA entre 1973
y1976, cuenta que durante las elecciones presidenciales de 1970, “la CIA
debió dirigir todos los esfuerzos contra el marxista Allende. Ella se
encargó de organizar una vasta campaña de propaganda contra su
candidatura.” [4] La operación se llamó “Segunda Vía”. Todo por orden
directa del presidente Richard Nixon.
Henry Kissinger, el consejero para la Seguridad Nacional del
presidente, expresaría durante una reunión del Consejo de Seguridad
sobre Chile, el 27 de junio de 1970: “Yo no veo por qué debemos
quedarnos indiferentes, mientras un país cae en el comunismo por culpa
de la irresponsabilidad de su pueblo.” [5] O sea, la soberana decisión
de los ciudadanos no podía ser válida si no estaba en concordancia con
los intereses estadounidenses. Durante esta reunión se decidió sumar
trescientos mil dólares a la operación de propaganda que ya se
adelantaba.
Según la Comisión Church del senado, Richard Helms, jefe de la CIA
desde 1966, envió a dos oficiales de la CIA, a los que conocía desde los
primeros preparativos de invasión a Cuba, como responsables; ambos
especialistas de la guerra psicológica y la desinformación; con
importante participación en el golpe de Estado en Guatemala, y acababan
de desembarcar de la guerra en Indochina: David Atlee Phillips y David
Sánchez Morales. La Comisión del Senado dijo que una de las consignas
que englobaba la campaña era: “La victoria de Allende significa la
violencia y la represión estalinista.”
Pero el 4 de septiembre de 1970 Allende ganó las elecciones. Escribe
Colby que “Nixon entró en cólera. Él estaba convencido de que la
victoria de Allende haría pasar a Chile al campo de la revolución
castrista y anti-americana, y que el resto de América Latina no tardaría
en seguirle los pasos.” Prosigue el ex patrón de la CIA: Nixon convocó a
Helms “y le impuso muy claramente la responsabilidad de evitar que
Allende asumiera sus funciones.” En la misma reunión Nixon encargó a
Kissinger darle un seguimiento estricto al complot.
Es que quedaba una posibilidad para evitar que Allende asumiera la
presidencia: había triunfado pero con una mayoría relativa, debido a que
las fuerzas de izquierda se habían dividido, carcomidas por la campaña
mediática y/o el dinero que la CIA logró inyectar a ciertos grupos. Por
tanto el Congreso chileno se debía reunir el 24 de octubre para decidir
entre Allende y Jorge Alessandri, candidato del partido conservador y
quien obtuviera la segunda votación. El plan de Washington era,
entonces, comprar el voto de congresistas para que no confirmaran el
triunfo del socialista. Helms envió a un “grupo de trabajo” que mantuvo
una “actividad frenética” durante seis semanas”, según relata Colby.
Esto tampoco funcionó y Allende sería declarado ganador de las
elecciones.
Los operarios especiales de la CIA tomaron contacto con responsables
políticos y militares para seleccionar aquellos que podrían estar listos
para actuar contra Allende, “y determinar con ellos la ayuda
financiera, las armas y el material que fuera necesario para barrerlo de
la ruta hacia la presidencia”, según Colby.
La mayor esperanza se centró en las Fuerzas Armadas, pero todo
dependía de su comandante, el general René Schneider. El problema que
encontró la CIA es que este militar había expresado claramente que su
institución respetaría la Constitución. Y Colby, en sus Memorias,
reconoce con una naturalidad espeluznante: “Entonces era un hombre a
matar. Se organiza contra él una tentativa de secuestro que termina mal:
fue herido al oponer resistencia y muere poco después debido a las
heridas.”
Según la Comisión Church el 22 de octubre, muy temprano en la mañana,
la CIA entregó a conspiradores chilenos metralletas y municiones
“esterilizadas”, denominadas así porque en caso de investigación no es
posible determinar su origen. Horas después se produjo el atentado. Tres
días después moriría Schneider, “el hombre a matar”. Inmediatamente el
presidente Nixon envió un cínico mensaje a su homólogo chileno: “Yo
quisiera hacerle parte de mi dolor ante este repugnante acto.” El
sucesor de Schneider sería un tal general Pinochet.
El 3 de noviembre de 1970 Allende se posesionó como presidente: Nixon
no le envió el regular mensaje de felicitación que exige el protocolo
diplomático, ni el embajador estadounidense asistió a la investidura.
Ahora correspondía preparar la desestabilización del nuevo gobierno,
lo cual se encargaría a la Dirección del Hemisferio Occidental de la
Agencia. Una dependencia que desde 1972 tuvo como director a un oficial
con gran experiencia en operaciones clandestinas: Ted Shackley. Y éste
nombró a su hombre-sombra, Tom Clines, para que se concentrara en el
“caso Allende”, teniendo bajo su responsabilidad a los viejos colegas
Sánchez Morales y Atlee Phillips.
En marzo del siguiente año Bill Colby vuelve a ser el superior de
Shackley y Clines como subdirector de Operaciones Especiales. Este trío
regresaba de estar al frente de la guerra sucia en Indochina, muy
particularmente en Vietnam.
Desde 1972 este equipo de la CIA, en Washington y Chile, fue
desarrollando la operación más perfeccionada de desinformación y
sabotaje económico que hasta ese momento se conociera en el mundo. Colby
confesó que fue una “experiencia de laboratorio que demostró la
eficacia de la inversión financiera para desacreditar y derrocar a un
gobierno.” [6]
No fue todo. Según la Comisión del Senado estadounidense, la estación
de la CIA en Santiago se dedicó a recoger toda la información necesaria
para un eventual golpe de Estado. “Listas de personas a detener;
infraestructuras y personal civil que debían ser protegidos con
prioridad; instalaciones gubernamentales a ocupar; planes de urgencia
previstos por el gobierno si se diera un levantamiento militar.” [7]
Según el ex funcionario del Departamento de Estado, William Blum,
esta información sensible de Estado fue obtenida a partir de la “compra”
de altos funcionarios y de dirigentes políticos de la coalición
partidaria de Allende, La Unidad Popular [8] . Mientras que en
Washington los empleados de la embajada chilena se quejaban de la
desaparición de documentos, no sólo de la sede diplomática sino de sus
propios domicilios. Sus comunicaciones fueron sometidas a escucha. Un
trabajo realizado por el mismo equipo que muy poco después se
involucraría en el Watergate. [9]
La acción contra Allende necesitó de una campaña internacional de
difamación e intrigas. Buena parte de ella fue encargada a un inexperto
en política exterior y casi desconocido político, aunque viejo conocido
del presidente Nixon y de los hombres que adelantaban la operación:
George H.W. Bush. Esa tarea la realizó como embajador en la ONU, función
que ocupaba desde febrero de 1971. Cuando fue nombrado para el cargo
nadie quiso recordar que pocos meses antes había logrado, como
representante a la Cámara de Texas, que se restableciera en ese Estado
la pena de muerte para los “homosexuales reincidentes”.
El 11 de septiembre de 1973 se da el sangriento golpe de Estado
contra el gobierno de Allende, encabezado por el general Augusto
Pinochet, y se desata una terrible represión. Aunque Shackley había
dejado su cargo unos días antes de aquel fatídico día, fue la figura
clave en el operativo. Su biógrafo afirma: “Salvador Allende murió
durante el golpe. Cuando el humo se disipó, el General Augusto Pinochet,
dirigente de la Junta Militar, estaba en el poder dictatorial, debido
en parte al arduo trabajo de Shackley [...]” [10]
Casi un mes después, el 16 de octubre, Henry Kissinger recibiría el
Premio Nobel de la Paz… Al año siguiente del golpe, mientras la
dictadura seguía ensangrentando a la nación, el presidente Gerald Ford
declaraba que los estadounidenses habían actuado “por los mejores
intereses de los chilenos y, obviamente, para los de Estados Unidos.”
[11]
Mientras que en 1980 el ex presidente Nixon escribiría: “Los
detractores se preocupan únicamente por la represión política en Chile, e
ignoran las libertades fruto de una economía libre […] Más que reclamar
la perfección inmediata en Chile, deberíamos apoyar los progresos
realizados.” [12]
(* Con algunos pocos cambios, este es un capitulo tomado del libro
“El Equipo de Choque de la CIA”. El Viejo Topo, Barcelona, 2010.)
Notas:
1- Comisión especial presidida por el senador Frank Church: “Alleged
Assassination Plots Involving foreign Leaders.” November, 1975. U.S.
Government printing office 61-985, Washington, 1975.
2- Cover Action in Chile, 1963-1973. The Select Committe to Study
Governmental Operations with Respect to Intelligence Activities, US
Senate. Washington, 18 décembre 1975.
3- El presidente estadounidense Dwight David Eisenhower autorizó a la
CIA el derrocamiento de Arbenz, aplicando un plan integral, inédito
hasta ese momento en el continente, que contenía acciones de guerra
sicológica, mercenaria y paramilitar, cuyo nombre en clave fue
PBSUCCESS. Ver: Cullather, Nick. “Secret History: the CIA Classified
Accounts of its Operations in Guatemala, 1952-1954″. Stanford
University. 1999.
4- Colby, William. “30 ans de C.I.A.” Presses de la Renaissance. París, 1978.
5- Newsweek. Washington, 23 septembre 1974.
6- New York Times. 8 septembre 1974.
7- Cover Action in Chile, 1963-1973. Ob. Cit.
8- Blum, William. “Les guerres scélérates”. Parangon, París 2004.
9- Watergate se llamaba el edificio donde ese encontraban las
oficinas del Partido Demócrata. Ilegalmente, en 1972 el presidente Nixon
ordenó que fueran puestas bajo escucha. Ante las pruebas y el escándalo
el presidente debió renunciar en agosto de 1974. Ver: Marchetti, Victor
y Marks, John. “La CIA et le culte du renseignement”. Ed. Robert
Laffont. París, 1975.
10- Corn, David. Blond Ghost, “Ted Shackley and the CIA’s Crusades”. Simon & Schuster. New York, 1994.
11- New York Times. 17 septembre 1974.
12- Nixon, Richard. “La vraie guerre”. Albin Michel. París, 1980.