Pablo Romo, ex director del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas y también protagonista de las mediaciones y diálogos de la década pasada, destacó hoy su capacidad de discreción. Con ella caminaba “una historia impresionante, la de los ‘secretos del pueblo’, como ella los llamaba”. La ponderó como una de las mujeres más sabias que hemos conocido.
Sobre el ataúd estaban unos caracoles de mar que tuvo en su habitación los últimos años, explicó una de sus compañeras. Le representaban los cinco caracoles autónomos zapatistas. Y al pie, un ejemplar del libro Don Durito de la Lacandona, del subcomandante Marcos, por quien ella tuvo siempre gran admiración y aprecio.
El sacerdote Gonzalo Ituarte, ex vicario de la diócesis sancristobalense y ex secretario técnico de la Conai, ofició una misa de cuerpo presente en una pequeña capilla al sur de la ciudad. En referencia al Apocalipsis (vio un cielo nuevo y una tierra nueva), expresó queLa Chapis vivió en medio del pueblo, conoció la tensión hacia la utopía, actuó en todo un proceso histórico y puso cuanto estuvo a su alcance al servicio de esta comunidad de los pueblos para que fueran ellos los constructores de esta tierra nueva; siempre reconoció la dignidad, la capacidad y los derechos de las comunidades indígenas”.
Absolutamente alejada de la actividad pública, corrió importantes riesgos al mantenerse al servicio de los pueblos mayas de Chiapas aun en los momentos más álgidos de su historia reciente. Como otra compañera suya recordaba hoy, en 1995, tras la ofensiva militar del gobierno zedillista contra el Ejército Zapatista de Liberación (EZLN) y sus comunidades, “ella corrió peligro y pudo haber terminado en prisión, pero entonces dijo: ‘me quedo aquí y corro las consecuencias’”. La Chapis fue perseguida por causa de la justicia, pero nunca se amedrentó.
Por supuesto que estuvo largamente en la mira de los servicios de inteligencia militar y seguridad nacional, sobre todo entre los diálogos de la catedral en 1994 y los de San Andrés en 1995 y 1996. Los agentes gubernamentales y ciertos periodistas la llamaban maliciosamente “comandanta Chapis”, cosa que no le hacía ninguna gracia.
Se retiró hace unos años y la edad hizo su trabajo. La última ocasión que conversé con ella, hace algunos meses, dijo: Ya estoy lista. Y sí lo estaba. Según testimonios, murió apaciblemente, y aunque no lo hubiera reconocido nunca, ciertamente satisfecha. En esta mujer de pequeña estatura y voz pausada, sin estridencia alguna, uno encontraba a la vez una ingenuidad desarmante y una viveza pícara de largo alcance. Poseía una velocidad mental y una capacidad de comprensión enormes, gracias a su rica formación humanística y política, y al compromiso de toda una vida con los pueblos indios.
Originaria de Santa Bárbara,
Chihuahua, llegó a Chiapas en 1972, y fue testigo del histórico Congreso
Nacional Indígena de 1974 en San Andrés Larráinzar. Ligada al proceso
colectivo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, según recordó
Ituarte,tuvo, como don Samuel, una vida completa, hizo todo lo que pudo.
Citando a Bartolomé de las Casas, añadió: Luchó por los que se mueren
antes de tiempo y logró ver los frutos, pues en esas comunidades han
pasado cosas maravillosas, aunque también muchas tremendas, y la vida de
los pueblos cambió radicalmente.
La madre Espejo fuesepultada este miércoles22 de febrero a las 10:30 horas en el Panteón Francés de La Piedad.
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