27 julio, 2009

Fidel y el asalto al Cuartel Moncada

Fidel

Al alba del 26 de julio, se lanza al asalto del cuartel Moncada un puñado de muchachos. Armados de dignidad y cubanía y unas pocas escopetas de cazar pajaritos, se baten contra la dictadura de Fulgencio Batista y contra medio siglo de colonia mentida de república.

Algunos, pocos, mueren en la batalla, pero a más de setenta los remata el ejército al cabo de una semana de tormentos. Los torturadores arrancan los ojos de Abel Santamaría y otros prisioneros.

El jefe de la rebelión, prisionero, pronuncia su alegato de defensa. Fidel Castro tiene cara de hombre que todo lo da, que se da todo, sin pedir el vuelto. Los jueces lo escuchan, atónitos, sin perder palabra, pero su palabra no es para los besados por los dioses: él habla para los meados por los diablos, y por ellos, en nombre de ellos, explica lo que ha hecho.

Fidel reivindica el antiguo derecho de rebelión contra el despotismo:

Primero se hundirá esta isla en el mar antes de que consintamos en ser esclavos de nadie…

Majestuoso, cabecea como un árbol. Acusa a Batista y a sus oficiales, que han cambiado el uniforme por el delantal del carnicero. Y expone el programa de la revolución. En Cuba podría haber comida y trabajo para todos, y de sobra:

No, eso no es inconcebible…

Eduardo Galeano

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Los días del Moncada

MARTA ROJAS

SANTIAGO DE CUBA, 26 de julio de 1953, Año del Centenario de José Martí: La ciudad de Santiago se despertó con el tableteo de las ametralladoras y un intenso tiroteo de armas de distintos calibres que obligó a salir de sus casas a gran parte de sus habitantes a excepción de los que a esa hora -cinco y quince de la mañana, aproximadamente- se encontraban en la calle camino de sus casas después de una noche de carnaval.

Fue domingo de Santa Ana, la víspera se había celebrado la fiesta por el santo patrón de la ciudad, Santiago Apóstol. Con ese motivo, desde días anteriores, como es tradicional, habían estado arribando a la ciudad cientos o quizás miles de personas procedentes de otras provincias, entre ellas un contingente de 165 jóvenes que venían del occidente de la Isla, quienes tenían propósitos bien distintos de los de participar en los carnavales santiagueros; estos jóvenes revolucionarios cuyo heroísmo trascendería a la historia, asaltaron el cuartel Moncada, la segunda fortaleza militar en importancia del país.

Los atacantes del Moncada habían decidido reivindicar la memoria del Apóstol José Martí en el año de su centenario.

Al frente de aquella vanguardia iban Fidel Castro y, como segundo jefe, Abel Santamaría.

Al día siguiente del asalto al Moncada, el primer periódico que apareció fue Prensa Universal, de Santiago de Cuba, cuyos ejemplares el pueblo prácticamente arrancaba de las manos de sus vendedores. Algunos ejemplares, que tenían valor de tres centavos, se vendieron a un peso y más. El principal cintillo del periódico en primera plana decía: ASALTADO MONCADA, 48 MUERTOS Y 29 HERIDOS. Transcurridas varias horas más, esas cifras ya no correspondían a la realidad. Luego veremos.

En una de sus páginas interiores tenía otros títulos donde el diario de provincia calificaba el hecho como: LOCA AVENTURA DE UN GRUPO DE JOVENES QUE INTENTARON TOMAR LA FORTALEZA. Y ofrecía detalles como éstos: "Lograron hacerse fuertes en los primeros momentos. Varias bajas sufre el ejército. Persecución a los fugitivos...".

LA PREGUNTA QUE SE HACÍAN TODOS EN SANTIAGO.

¿Qué es lo que pasa? Esa fue la pregunta que se hacía todo el mundo al amanecer. Cuando la población comenzó a darse cuenta de que los tiros provenían del cuartel Moncada, la alarma creció y fue agravándose por la falta de noticias. El silencio o la negativa descarnada a dar noticias que mantuvieron los jefes militares y civiles del régimen se prolongó hasta la entrada la tarde del 26. Ni las estaciones de policía, ni el cuartel, ni el distrito naval daban una versión exacta de lo que estaba sucediendo. Esto provocó infinidad de rumores acentuándose el de que se trataba de una lucha entre soldados, ya que algunos vecinos del cuartel vieron que todos los contendientes estaban vestidos de caqui amarillo.

Las primeras referencias de una acción revolucionaria protagonizada por jóvenes de La Habana alertaron al pueblo, que de inmediato comenzó a organizarse de forma embrionaria para prestar cualquier ayuda posible a esos jóvenes, aún sin conocerlos.

El tiroteo, que al principio se sentía intenso e ininterrumpido, se mantuvo luego en forma esporádica hasta pasadas las diez de la mañana, aproximadamente, en que cesó. A partir de ese momento comenzaron a escucharse descargas aisladas. A esa hora la población comenzó a invadir los lugares públicos, dirigiéndose al centro de la ciudad en busca de información. Empezaron a salir algunas patrullas y se efectuaron numerosas detenciones entre los dirigentes de los partidos políticos de oposición. Entre los primeros detenidos en Santiago se encontraba José Villa Romero, "Totico", que había sido jefe de la policía en esa ciudad durante el gobierno de Carlos Prío Socarrás, a quien ahora el régimen, en su despiste sobre la identidad de los que encabezaban el movimiento que había asaltado el Moncada, responsabilizaba de los hechos que acababan de ocurrir.

La mayoría de los detenidos en las primeras horas y los días sucesivos en Santiago, e incluso en La Habana, eran dirigentes de los partidos Auténtico y Ortodoxo, así como del Socialista Popular (Comunista) y líderes estudiantiles conocidos.

La prensa local tuvo acceso el día 26 a los centros hospitalarios donde estaban ingresados algunos heridos por los sucesos del Moncada y hasta se tomaron fotos, con excepción del Hospital Civil. Las clínicas privadas Los Angeles, Sagrado Corazón, Colonia Española y Centro Gallego fueron tomadas militarmente y se registraba e interrogaba a las personas que a ellas iban. El único centro hospitalario que no se pudo visitar el 26 de julio fue el Hospital Civil Saturnino Lora, situado precisamente frente al cuartel Moncada y en parte escenario del combate. La prohibición absoluta de entrada al hospital emanó de los centros militares superiores, según se dijo. Esta prohibición fue tan estricta que ni siquiera los familiares de los enfermos allí recluidos pudieron entrar, ni salir de él hasta muchas horas después.

Aquí, para leer todo el artículo del Granma

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