01 julio, 2010

MONSIVÁIS Y LA TÍA MARÍA

Jenaro Villamil

MÉXICO, D.F., 1 de julio (Proceso).- Sobreviviente de una dinastía de cinco hermanos que emprendió el éxodo urbano de La Lagunilla hacia la colonia Portales, de fe protestante, de origen humilde y de memoria prodigiosa, María Monsiváis Biadas, a sus 87 años, es el afecto más antiguo y enraizado del escritor Carlos Monsiváis, a quien vio nacer cuando ella tenía 15 años y medio y de quien se despidió en medio de aplausos y miles de condolencias en los funerales del Museo de la Ciudad de México y en el Palacio de Bellas Artes, el 19 y 20 de junio.

Cientos de personas se acercaron a la tía Mary a darle sus condolencias, pero ella recuerda en especial a “una señora del pueblo” que pasó a orarle al féretro y gritó: “Felipe Calderón, a ti no te queremos, queremos a Monsi”.

¿Le hubiera gustado a Carlos que asistiera el presidente Calderón a su funeral?

–No. El decía siempre: “Soy del pueblo, al pueblo pertenezco” –subraya la tía, entrevistada en su habitación de la colonia Portales, en la misma casa donde convivió por más de seis décadas con Carlos Monsiváis.

La tía también recuerda que se le acercó Andrés Manuel López Obrador y le dijo: “No sabe cómo voy a extrañar a Carlos, porque él me corregía los discursos del Zócalo.”

“Me impactó tanta gente en el funeral. Yo estaba hasta confundida. El domingo se me acercó un señor. Se sentó a mi lado. Creía que era Marcelo Ebrard y le comencé a platicar como si fuera él. Luego me dijo que era Lujambio”, rememora la tía Mary, con un dejo de sonrisa pícara.

Antes de la entrevista con Proceso, la tía recibió una carta de condolencias de Cuauhtémoc Cárdenas. Se disculpó por no haber ido al funeral. Estaba fuera del país.

Hermana de Esther Monsiváis, La Máster, como le llamaban sus sobrinos a la madre de Carlos Monsiváis, la tía Mary recuerda que desde su nacimiento el escritor fue el hijo, el sobrino y el nieto consentido en una familia gobernada por su madre “con carácter enérgico, pero de muy buenos sentimientos”:

“Carlos nació junto al templo, en la calle de Rosales. Nosotros vivíamos en la calle de Isabel La Católica. Cuando Carlos tenía tres años, nos cambiamos un tiempo a la colonia Álamos y poco después a San Simón Ticomán, en la colonia Portales”, rememora.

Monsiváis relató así, en la primera página de su autobiografía precoz, aquel éxodo urbano:

“Un carromato polvoso, una familia apiñada que entretiene la odisea cantando himnos, pruebas del cielo bajo la forma de agentes de tránsito y al final Canaán-Portales, la tierra prometida donde los hijos crecerán en paz, sin el espectro del hambre y la intolerancia.”

–¿Usted cuidó a Carlos en su infancia?

–Sí. Yo lo llevé al kínder en la calle Quintana Roo y a jugar en el Parque Hundido. Era un niño muy tranquilo. No sabía leer, pero ya le gustaba agarrar los libros y hojearlos.

–¿Recuerda cuál fue su primer libro?

–Su madre le compró El tesoro de la juventud apenas aprendió a leer. Luego leyó muchos textos religiosos. De adolescente, en el templo, hacían concursos de citas bíblicas. En medio minuto, Carlos encontraba la cita bíblica. Ganaba todos los concursos, hasta que el pastor le pidió a su madre que ya no concursara para que dejara ganar a otros.

–¿Doña Esther también tenía buena memoria?

–Tenía memoria fotográfica. Le recitaba siempre el poema de “Por mi madre, bohemios”, que a él le gustaba mucho.

–¿De qué vivían?

–Ella fue secretaria. Trabajó desde muy joven, ella era el pilar de la casa. Tuvo primero un estanquillo de hilos, velas, camisetas, sobre la calzada de Tlalpan. Y acabó poniendo en la accesoria de esta casa una tienda de regalos.

Gatos y celebridades

–¿Cuándo tuvo Carlos su primer gatito?

–A los 10 años empezó con los animales. Le regalaron un gatito. A su mamá no le gustaba. No dejaba que entrara a la casa. Cuando Carlos regresó de un viaje que hizo a otra ciudad, se molestó mucho cuando se enteró de que su mamá le había regalado el gatito.

“Luego tuvo dos o tres gatos. Se quedaban afuera de la casa. Él le pedía a su madre: ‘Mamá, déjame verlos media hora’. ‘Bueno, media hora solamente’, le respondía. Después que murió su madre, conmigo abusó. Metió una enorme cantidad de gatos a la casa. El tenía 13 gatos. Sólo uno se murió, Mito Genial.”

–Varias personas le regalaban gatitos, ¿no?

–Blanca Guerra le regaló uno. En los setenta, Octavio Paz le regaló otro. Habían discutido y esa fue una señal de reconciliación.

–¿Recuerda usted a todas las personas de la farándula que visitaban a Carlos?

–Bueno, vino a comer aquí Juan Gabriel. Él se llevaba mucho con Elsa Aguirre, con Tongolele, con Ninón Sevilla, con María Victoria.

–También con María Félix.

–A ella sólo la vi de espaldas. Era una mujer muy orgullosa, siempre que llamaba por teléfono daba órdenes: ¡Dígale a Carlos que estoy saliendo de Cuernavaca y voy a Polanco! Nunca decía, por favor ni nada.

–¿Se llevaron mucho?

–Sí. Recuerdo que en un homenaje María Félix dijo frente a Carlos: “Este sabe más de mi vida que yo”.

–¿También lo visitó Carlos Slim?

–Sí. Una vez vino. El pobre no se enteró que uno de los gatitos le había orinado su saco. Y así se fue.

–¿Lo visitó Carlos Salinas?

–Salinas le hablaba mucho a la casa. Recuerdo que durante su campaña lo invitó a una gira. Y mi muchachito le dijo: “No voy porque tú no eres mi candidato”.

El cine y la escuela

–¿Cuándo comenzó el gusto de Carlos por el cine? ¿Lo recuerda?

–Desde los siete años comenzó a ir a un cine cercano aquí que se llamaba el cine Bretaña. Le encantaban todas las películas, sobre todo las mexicanas.

–¿Por qué?

–Haga usted de cuenta que mi madre, su abuelita, era igual que Sara García en Los tres García. Le gustaba mucho esa película.

–¿Dónde estudió la escuela primaria?

–El primer año su madre lo metió al Instituto Franco Español. Recuerdo que él llegó diciendo una mala palabra y su madre le preguntó: “¿Dónde aprendiste eso, m’ijito?”. A mí me dijo que si estaba pagando con sacrificios una escuela privada, no tenía caso enviarlo para que aprendiera malas palabras. Lo cambió a una escuela pública. En un año cursó el primero y segundo año. La maestra le dijo a su mamá: “Su hijo se aprende todo muy rápido”.

–¿Era de puros dieces?

–De 10 y de nueve.

–¿Dónde aprendió el gusto por el idioma inglés?

–El inglés lo aprendió con una maestra particular. Él iba eventualmente. Estuvo ahí durante varios años, pero tuvo un amigo, Luis Prieto, que estuvo con él en Gran Bretaña, con él practicaba mucho el inglés.

–Teniendo una infancia tan religiosa, ¿cuándo dejó de ir, Carlos, al templo?

–A los 18 años. Yo le pregunté: “¿Carlos por qué ya no vas al templo?”. Y me respondía: “Tía, ya sé muy bien lo que enseñan”. Después me enteré que sí iba al templo, pero cuando nadie lo veía.

La tía Mary está cansada. Confiesa que no ha dejado de pensar en él y en sus conversaciones.

“Él platicaba mucho conmigo. Era muy bromista. La última broma que me hizo fue antes de que ingresara al hospital. Dijo: ‘Mi tía está afligida porque no tiene vestido negro para ir a mi funeral’.”

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