24 febrero, 2009

Augusto Cesar Sandino: General de hombres libres

"El hombre que de su patria no exige más que un palmo de tierra para su sepultura, merece ser oído, y no sólo ser oído, sino también ser creído"

Augusto C. Sandino


18 de mayo de 1895: Se llamará Sandino

A las puertas de esta casa de adobe se juntan las gentes, atraídas por el llanto.

Como arañas volteada mueve brazos y piernas el recién nacido. No vienen desde lejos los reyes magos para darle la bienvenida, pero le dejan regalos un labrador, un carpintero y una vivandera que pasa camino del mercado.

La comadrona ofrece agüita de alhucemas a la madre y al niño una pizca de miel, que es su primer sabor del mundo.

Después, la comadrona entierra la placenta, que tan raíz parece, en un rincón del huerto. La entierra en buen lugar, donde da fuerte el sol, para que se haga tierra se hará tierra aquí en Niquinohomo.

Dentro de algunos años, también tierra se hará, tierra alzada de toda Nicaragua, el niño que acaba de salir de esta placenta.

Pequeño ejército loco

26 de enero de 1928. Cuatro aviones Corsair bombardean la fortaleza de Sandino en la montaña de El Chipote, cercada y acosada por el cañoneo de los marines. Durante varios días y noches truena y tiembla toda la región, hasta que los invasores calan bayonetas y se lanzan al ataque contra las trincheras de piedra erizadas de fusiles. La heroica acción culmina sin muertos ni heridos, porque los atacantes encuentran soldados de paja y fusiles de palo.

Pronto los diarios norteamericanos informan sobre esta batalla de El Chipote. No dicen que los marines han abatido a una legión de muñecos de anchos sombreros y pañuelos rojinegros. En cambio, aseguran que el propio Sandino figura entre las víctimas.

En el lejano pueblo de San Rafael del Norte, Sandino escucha cantar a su gente a la luz de las fogatas. Allí recibe la noticia de su propia muerte:

Dios y nuestras montañas están con nosotros. Y al fin y al cabo, la muerte no es más que un momentito de dolor.

En los últimos meses, treinta y seis buques de guerra y seis mil nuevos marines, fuerzas de refresco, han llegado a Nicaragua. De setenta y cinco batallas y batallitas, han perdido casi todas. La presa se les ha escurrido varias veces, nadie sabe como, de entre las manos.

Pequeño ejército loco, llama la poeta chilena Gabriela Mistral a la hueste de Sandino, estos rotosos guerreros maestros del coraje y la diablura.

«Todo era hermanable»

Juan Pablo Ramírez: Hicimos muñecos de zacate y los pusimos. Dejamos plantados ganchos de palos con sombreros. Y nos dio gusto... Se volaron siete días disparando, volando bombas allí, ¡y yo hasta me meaba de la risa!

Alfonso Alexander: Los invasores representaban el elefante y nosotros la serpiente. Ellos eran la inmovilidad; nosotros, la movilidad.

Pedro Antonio Aráuz: Los yanquis morían tristemente, los ingratos. Es que no conocían lo que era el sistema de la montaña de nuestro país.

Sinforoso González Zeledón: A nosotros nos ayudaban los campesinos, ellos trabajaban con nosotros, sentían por nosotros.

Cosme Castro Andino: Nosotros éramos sin sueldo. Cuando llegábamos a un pueblo y nos daban comida, nos la repartíamos. Todo era hermanable.

La primera derrota militar de los Estados Unidos en América Latina

El primer día del año (1o de enero de 1933) abandonan Nicaragua los marines, con todos sus barcos y sus aviones. El esmirriado general de los patriotas, el hombrecito que parece una T con su aludo sombrero, ha humillado a un imperio.

La prensa norteamericana lamenta los muchos muertos en tantos años de ocupación, pero destaca el valor del entrenamiento realizado por los aviadores. Gracias a la guerra contra Sandino, los Estados Unidos han podido ensayar por primera vez el bombardeo en picada, desde aviones Fokker y Curtiss especialmente diseñados para combatir en Nicaragua.

Al irse, el coronel Mathews deja en su lugar a un oficial nativo simpático y fiel. Anastasio Tacho Somoza es el nuevo director de la National Guard, que pasa a llamarse Guardia Nacional.

No bien llega a Managua, el triunfante Sandino declara:

¡¡Ya somos libres!! No dispararé un tiro más.

El presidente de Nicaragua, Juan Bautista Sacasa, le da un abrazo. El general Somoza también le da un abrazo.

21 de enero de 1934 - Cine de terror: guión para dos actores y algunos extras.

Somoza sale de la casa de Arthur Bliss Lane, embajador de los Estados Unidos.

Sandino llega a la casa de Sacasa, presidente de Nicaragua.

Mientras Somoza se sienta a trabajar con sus oficiales, Sandino se sienta a cenar con el presidente.

Somoza cuenta a sus oficiales que el embajador acaba de darle su apoyo incondicional para matar a Sandino.

Sandino cuenta al presidente los problemas de la cooperativa de Wiwilí, donde él y sus soldados trabajan la tierra desde hace más de un año.

Somoza explica a sus oficiales que Sandino es un comunista enemigo del orden, que tiene escondidas muchas más armas que las que ha entregado.

Sandino explica al presidente que Somoza no lo deja trabajar en paz.

Somoza discute con sus oficiales si Sandino ha de morir por veneno, tiro, incendio de avión o emboscada en las montañas.

Sandino discute con el presidente sobre el creciente poder de la Guardia Nacional, dirigida por Somoza, y le advierte que pronto Somoza lo volteará de un soplido para sentarse en el sillón presidencial.

Somoza termina de resolver algunos detalles prácticos y se despide de sus oficiales.

Sandino termina de beber su café y se despide del presidente.

Somoza marcha al recital de una poetisa y Sandino marcha a la muerte.

Mientras Somoza escucha los sonetos de Zoila Rosa Cárdenas, joven valor de las letras peruanas que distingue al país con su visita, Sandino cae acribillado en un lugar llamado La Calavera, sobre el Camino Solo.

Textos de Memoria del fuego del escritor uruguayo Eduardo Galeano

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