31 mayo, 2009

Rubén Jaramillo: historia de una traición y crimen de estado

Nació en Tlaquiltenango, Morelos en el año de 1900. Ingresó a la lucha zapatista del Ejército Libertador del Sur a las órdenes directas de Emiliano Zapata cuando sólo tenía la edad de 14 años, con quién luchó en contra de los caciques del sur a favor de las reformas agrarias del Plan de Ayala.

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El 23 de mayo se cumplieron 47 años de uno de los acontecimientos más graves en la historia contemporánea de México: el asesinato de Rubén Jaramillo, su esposa Epifania Zúñiga
Pifa (en avanzado estado de embarazo) y sus hijos Enrique, Filemón y Ricardo. Su hijita Raquel breves momentos antes de que se llevasen a su familia, logra salirse y evadir el cerco policiaco-militar, siendo así la única sobreviveinte. Los hechos de Xochicalco, en lo fundamental, están aclarados. El 23 de mayo de 1962, como a las dos y media de la tarde, se presentaron alrededor de 60 militares y civiles frente a la calle de Mina número 12, en Tlalquitenango, Morelos, domicilio de la familia Jaramillo. Heriberto Espinosa alias El Pintor, se introdujo a la casa y con violencia obligó a salir a Rubén, su esposa e hijos, quienes fueron secuestrados, al mismo tiempo que elementos del ejército y la policía sustraían los documentos agrarios en poder del jefe campesino morelense. Dos horas más tarde, cerca de Xochicalco, los miembros de la familia Jaramillo fueron acribillados y rematados en la cabeza con el tiro de gracia. Las armas y municiones eran reglamentarias, esto es, de uso exclusivo del ejército y la Policía Judicial Federal.

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Mientras que la represión en el campo no era nada nuevo, este operativo, llevado a cabo en pleno día, contra una familia entera, para acribillar a un líder campesino que tres años antes había sido amnistiado, causó un fuerte impacto. Tanto así, que la historia de su muerte ha sido más recordada que el movimiento que encabezó; una lucha que duró casi dos décadas y media y representa un vínculo esencial entra la lucha agraria de la Revolución y las movilizaciones campesinas que marcaron el siglo XX.
Su origen en la tierra de Zapata, su trayectoria que incluyó la defensa de ejidatarios y pequeños productores, movilizaciones electorales, lucha guerrillera y tomas de tierra, hacen del jaramillismo y de su líder un ejemplo de las diversas modalidades de resistencia campesina. Veterano zapatista, pastor metodista, partidario de Lázaro Cárdenas, dos veces candidato a gobernador de Morelos, miembro del Partido Comunista y guerrillero, la figura de Jaramillo es difícil de clasificar. Sin embargo, aparece una constante: la habilidad de Jaramillo para dar expresión a la dignidad campesina por medio de distintas corrientes ideológicas. Como tal, el líder agrario encarnó la diversidad de procesos sociales que vive el campo. La lucha jaramillista empieza en 1942, a raíz de una huelga en el ingenio azucarero de Zacatepec donde obreros y campesino se unieron para exigir respeto a sus derechos. Jaramillo, uno de los principales líderes de la huelga, fue perseguido por los pistoleros del gerente. Decidió, junto con decenas de campesinos, que era el momento de retomar las armas enterradas desde la Revolución. Jaramillo da inicio así al primero de tres levantamientos armados, acciones que revelan la vigencia del legado zapatista. Aunque recurrir a las armas fue una medida de autodefensa, los jaramillistas presentaron una visión programática. Enumerada en su Plan de Cerro Prieto, este documento contextualiza las injusticias locales dentro de un marco que condenaba tanto el capitalismo como el imperialismo. Este plan es el primer indicio de un proceso de radicalización que se daría a través de sus años de lucha; una radicalización que iba tomando forma cada vez que la represión se recrudecía. Este primer levantamiento terminó en 1945 cuando el presidente Manuel Avila Camacho concede una amnistía a Jaramillo. Los jaramillistas forman entonces el Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM), que en 1946 postula a Jaramillo para gobernador de Morelos. En su campaña, los jaramillistas reclaman un retorno a las reformas cardenistas, sobre todo las que podrían hacer viable la vida campesina. El PAOM logra grandes movilizaciones, pero con el fraude y una buena dosis de represión, el partido oficial impone su candidato. Para 1951 se abre nuevamente un espacio que permite a los jaramillistas participar en la lucha electoral. Esta vez, la movilización del PAOM coincide con una escisión dentro del PRI en la cual Miguel Henríquez Guzmán se lanza contra el candidato oficial Adolfo Ruiz Cortines. Para una buena parte de la población y especialmente en el campo, las elecciones de 1952 crearon la esperanza de rescatar las reformas sociales que desde 1940 el gobierno venía desmantelando. Jaramillo se lanza otra vez para gobernador y las movilizaciones del PAOM crecen. Crece también la represión y el PRI se impone nuevamente. Cerradas las posibilidades de restablecer el cardenismo, los jaramillistas recurren una vez más a la tradición zapatista. Armados, y de nuevo en la clandestinidad, proclaman otra versión del Plan de Cerro Prieto donde exponen con mayor contundencia la traición que el PRI ha hecho de la Revolución. Cercadas las vías democráticas desde arriba, Jaramillo recurre a la democracia desde abajo. Durante los siete años que duraría esta clandestinidad, recorre el campo morelense, orientando a los campesinos que lo albergan y lo protegen. Insiste en que hagan valer sus derechos. Al llegar al poder en 1958, Adolfo López Mateos ofrece otra amnistía a Jaramillo quien decide aprovechar el retorno a la vía legal para ampliar su lucha. Al frente de 6 mil campesinos, presenta una solicitud para colonizar los llanos de Michapa y Guarín. Su proyecto combinaba demandas típicamente agrarias con planes de construir cooperativas para comercializar los productos que allí se cultivarán. Aunque los jaramillistas reciben inicialmente la aprobación, el Departamento Agrario pronto da marcha atrás, favoreciendo en su lugar un proyecto empresarial. Ya empezadas las obras de los jaramillistas, el Ejército los despoja, reproduciendo así una conocida dinámica: el gobierno insiste que los jaramillistas se apeguen al proceso legal mientras responde con el uso de fuerza ilegal. Jaramillo considera volver a la clandestinidad, esta vez no sólo como medida de autodefensa, sino para asentar las bases de un levantamiento popular. Es en este momento, en 1962, que Jaramillo y su familia son asesinados, una temprana manifestación de la guerra sucia que en los años 70 atentaría contra aldeas enteras en Guerrero. Si bien su asesinato se convertiría en un símbolo de la suerte que corren los grupos que bajan la guardia y confían en la palabra del gobierno, Jaramillo deja también como legado una fértil tradición de lucha.

Tanalís Padilla

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Ulises Martínez Flores

—“Con nueve balas en el cuerpo, y dos pa’ colmo en la cabeza, me cuesta mucho trabajo concentrarme”, piensa Rubén Jaramillo, ahí tumbado dentro de una barranca a unos metros de las ruinas arqueológicas de Xochicalco.

...el 23 de mayo de 1962, Rubén Jaramillo da sus últimas bocanadas en una barranca de Xochicalco.

Si todavía pudiera mirar no quisiera hacerlo. Sabe que a su lado muere su Pifa, Epifanía Zúñiga, su compañera de toda la vida que guarda a su hijo en gestación, y también sus hijos adoptivos: Enrique, Filemón y Ricardo.

No, no quiere verlos con él en la barranca de Xochicalco. Vuelve a huir con sus recuerdos, ahora a los tiempos del general Lázaro Cárdenas, cuando él y su compadre Mónico Rodríguez organizaron el ingenio azucarero de Zacatepec. Y luego las primeras traiciones, las del avilacamachismo, que lo llevaron en 1942 a dirigir la huelga de los obreros y campesinos azucareros y, al final, a decidir volver a levantarse en armas, como cuando su general Zapata, pero ahora enarbolando el Plan de Cerro Prieto.

Los días siguientes, la “gran prensa” lo tachará de “siniestro personaje”, de “delincuente contumaz”, de asesino, de asaltante y de ladrón. De las pruebas contundentes que señalan al ejército y a la policía –al gobierno, pues– como los autores del crimen, no se hablará; tampoco de la supuesta protección que la amnistía de 1958 le otorgaba; ni de que semanas antes de su asesinato todavía había buscado los cauces legales para que el viejo lema de “Tierra y libertad” se cumpliera conforme a derecho.

Ya anochece y con nueve balas en el cuerpo le cuesta trabajo concentrarse. Jaramillo vuelve a recordar a su general Zapata y piensa: “¿Chinameca será igual que Xochicalco… y Xochicalco será igual que Tlatelolco… y que la sierra de Guerrero… y que Guadalupe Tepeyac… y que Acteal… y que Aguas Blancas… y que El Charco… y que Atenco… y que las barricadas de Oaxaca…?

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Tenía al morir 62 años; Epifania 47; sus hijos adoptivos militantes de las Juventudes Comunistas de México Enrique 20, Filemón 24 y Ricardo 28; su único hijo sanguíneo: meses de gestación. En su bolsillo se encontraron noventa centavos. Nunca se realizó una investigación. La masacre hasta la fecha sigue impune.

2 comentarios:

Mariana López dijo...

Existe una gran diferencia entre el zapatismo de don Rubén Jaramillo y el del comandante Marcos. Uno es asesinado por el gobierno de López Mateos el otro es escoltado por las fuerzas federales de Vicente Fox a una entrevista en televisa.

ALFONSO INCLAN dijo...

Es uno de los pocos lideres natos que desde su infancia en las filas del ejército libertador del Sur dió muestra de rectitud y responsabilidad y que Rubén Jaramillo al estar al lado del General Emiliano Zapata tuvo a bien reconocer que la lucha armada era para servir al pueblo y gozar de una forma de vida más digna y humana para todos.