Tenía veintitrés años cuando apoyó a la Junta de Cuautla en sus reivindicaciones por los ejidos de Morelos, su estado natal. La persecución desatada contra la Junta por el régimen porfirista lo llevó a Cuernavaca y luego a México como caballerizo del ejército.
De regreso en Morelos, Emiliano Zapata retomó la defensa de las tierras comunales y, en 1909, fue designado jefe de la Junta de Ayala. Al frente de un pequeño grupo armado, ocupó las tierras del Hospital y las distribuyó entre los campesinos.
Mientras el gobernador de Morelos, representante de los intereses de los terratenientes, enviaba fuerzas contra él, Genovevo de la O se sublevó en Cuernavaca.Para septiembre de 1909 Emiliano Zapata fue electo presidente de la junta de defensa de las tierras de Anenecuilco, donde empezaría a analizar los documentos que acreditaban los derechos de los pueblos a sus tierras y se convertiría, de esa manera, en dirigente agrario de Morelos, su estado natal. Su primera aparición política ajena a su mundo campesino fue en las elecciones para gobernador de Morelos en 1909, cuando apoyó al candidato de la oposición, Patricio Leyva, en contra del de los latifundistas, Pablo Escandón y Barrón.
En el curso de los dos años siguientes, otros campesinos se levantaron en armas, entre ellos Tepepa, Merino y el maderista Torres Burgos, con quienes se alió Zapata. En marzo de 1911 se adhirió al plan de San Luis Potosí proclamado por Madero y, a la muerte de Torres Burgos, fue designado «jefe supremo del movimiento revolucionario del Sur». Tras la caída de la dictadura de Porfirio Díaz, pronto aparecieron las discrepancias entre Zapata, quien reclamaba el inmediato reparto de las tierras de las haciendas entre los campesinos, y Madero, que por su parte exigía el desarme de las guerrillas.
En la convención de Aguascalientes de octubre de 1914 se concretó la alianza de Zapata y Pancho Villa, representantes del revolucionarismo agrario, contra Carranza, de tendencia moderada. Si bien ambos entraron poco después en la capital, su incapacidad política para dominar el aparato del Estado y las diferencias que surgieron entre los dos caudillos, a pesar de que Villa había aceptado el plan de Ayala, alentaron la reacción carrancista.
El el coronel Jesús Guajardo, que dirigía las operaciones gubernamentales contra él, le hizo creer a Zapata que estaba descontento con Carranza y que estaría dispuesto a unirse a él y luchar por la causa campesina y revolucionaria. Zapata le pidió pruebas y Guajardo se las dio. Acordaron reunirse en la Hacienda de Chinameca, Morelos, el 10 de abril de 1919: Zapata murió preso de una emboscada. No pocos condenaron el procedimiento. Además, esto dio lugar a que, una vez muerto, Zapata se convirtiera en el Apóstol de la Revolución y símbolo de los campesinos desposeídos.
John Womack nos dice que "en su estado, en 1920, los zapatistas ejercían un control casi absoluto. (…) Los funcionarios zapatistas llevaron rápidamente a la práctica de nuevo su revolución."[15] La ley agraria de Zapata fue aplicada en Morelos, y mediante ella este estado se convirtió en un lugar en donde los campesinos podían seguirlo siendo, habiéndoselos dotado de tierras para cultivar y leyes que los protegiesen.
El gobierno de México finalmente respetó la ley que operaba en Morelos, y fueron progresivamente restituyendo las tierras y reorganizados los pueblos, a la vez que se reconstruía lo que la revolución había destruido. "Para corresponder, los morelenses del campo se mostraron firmemente leales al gobierno federal [de 1923]. En 1927 las estadísticas indicaron que Morelos había cambiado más, por causa de los programas agrarios, que cualquier otro estado. Sólo cuatro o cinco haciendas funcionaban todavía, pues las demás estaban paradas o se habían transformado en comunidades civiles. A su alrededor, trabajaban más de ciento veinte pueblos establecidos en sus ejidos."[16]
Tras la muerte de Zapata, pese a lo anterior, los problemas se suscitaron una y otra vez en el estado, no obstante la base legal y social era más fuerte que en ningún otra región de México. Ya hacia los años "40, la repartición de las tierras era aún un tema de disputas. Entre los años "40 y "60, México sufrió drásticos cambios demográficos. La población, en general, y sobre todo urbana creció enormemente. Morelos, por su parte, había experimentado cambios asimismo dramáticos. "La población se había duplicado, los cultivos por dinero en efectivo (caña de azúcar, arroz y cacahuates) se habían más que duplicado", y la población obrera y empresas industriales habían aumentado cuatro a cinco veces. También habían crecido los servicios médicos y educativos, y se aplicaba la normativa del crédito para las comunidades, lo que debía plantarse, cuándo, dónde y cómo.[17]
El movimiento suriano, liderado por Zapata, desarrollado entre 1910-1919 fue un movimiento social que se articuló como un levantamiento armado, por no contar con otras vías para hacer valer sus aspiraciones y demandas, culminó con la idea de construir un proyecto político y sociocultural en defensa del pueblo, con un claro objetivo, la restitución de las tierras al pueblo que las trabajaba y hacía producir.
El movimiento zapatista a través de las leyes, proclamas y disposiciones agrarias que nacen de su lucha, llevó a cabo los procesos de restitución y dotación de tierras entre comunidades indígenas y campesinos. Emiliano Zapata articuló su lucha con un sólo fin, el recuperar las tierras.
Claramente, el proceso revolucionario llevado a cabo por Zapata fue la expresión del compromiso con las causas sociales en el ámbito agrario, y con esto se dio respuesta a la difícil situación económica y social de los campesinos. A través de leyendas populares y de la memoria colectiva, los habitantes de los pueblos han trasmitido su historia y su visión del mundo que les tocó vivir.
La política de autogobierno y autogestión desarrollada en los momentos de paz, tiene antecedentes en la tradición cultural de la región, en el deseo de recrear las vivencias de sus antepasados; la memoria era lo que comenzaba a florecer. La propuesta Zapatista, creada a partir del levantamiento de 1910 y plasmada en el Plan de Ayala, es parte de una larga historia que viene de muy atrás. El Estado de Morelos había sido ambicionado por los poderes centrales y económicos por sus excelentes tierras, la abundancia de agua y alto rendimiento productivo. Y siempre sus comunidades habían desarrollado resistencia a través de las armas y también de su memoria. No obstante, el movimiento zapatista, en base a los planes y leyes elaborados, fue mucho más allá de la simple reivindicación por las tierras, aunque para Zapata ese había sido el móvil esencial.
Este movimiento que articuló sus demandas en función del reconocimiento de sus derechos territoriales y a la solución de estos, también se vio en la posibilidad de hacer cambios tanto en ámbitos laborales, educacionales y culturales, siempre dentro del marco trazado por la tradición. Su programa privilegiaba el problema de la tierra, de la participación democrática de todos en los destinos del movimiento y la defensa de la identidad cultural esto quiere decir, de sus tradiciones y forma de organización ancestral.
Zapata hizo la revolución en los hechos concretos. No sólo empuñó las armas sino que procedió a la resistencia y transformación de las tendencias capitalistas en el campo morelense, luchando contra la proletarización de los campesinos y la expansión del latifundio
*Montserrat Arre Marfull
Vigencia de Emiliano ZapataHoy, nueve décadas después de su muerte y a casi un siglo del inicio de la Revolución Mexicana (1910) y de la promulgación del Plan de Ayala (1911), los ideales del Caudillo del Sur cobran particular vigencia y relevancia ante la desastrosa situación que enfrentan el campo y los campesinos en México. En efecto, después de la reforma agraria impulsada por el gobierno de Lázaro Cárdenas del Río, el campo mexicano sufrió durante el siglo pasado un proceso sostenido de abandono al fragor de los planes de industrialización nacional. Más tarde, el inicio del ciclo neoliberal profundizó ese deterioro con episodios como la contrarreforma agraria de Carlos Salinas de Gortari, quien en 1992, con el propósito de incrustar al agro mexicano en la lógica de mercado y en la apertura comercial, modificó el artículo 27 constitucional –eliminando el concepto de
propiedad social– y, de esa manera, puso fin a los programas de redistribución de la tierra, liquidó el sistema ejidal y acabó, en suma, con una de las principales herencias del zapatismo y la Revolución.
Por añadidura, desde los altos círculos del poder público se han emprendido, como en tiempos de Zapata, campañas de agresión y persecución en contra de luchadores sociales y activistas que han intentado continuar, de una u otra manera, el camino trazado por el Caudillo del Sur. Baste mencionar, como botón de muestra, las excesivas e injustas condenas que se han impuesto en contra de Ignacio del Valle y otros dirigentes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de San Salvador Atenco.
En una coyuntura como la presente, cuando queda de manifiesto la necesidad de reactivar al campo mexicano y apoyar a sus habitantes, con miras a que el país recupere algo de lo que ha perdido en materia de autosuficiencia alimentaria y de justicia social, los ideales zapatistas se presentan intactos y vigentes. Corresponde a la sociedad retomarlos para saldar la deuda histórica con los sectores más desfavorecidos y para construir una nación más justa, libre y equitativa.
"A todos los mexicanos amantes del progreso de su país y de la redención, de los que tienen hambre y sed de justicia, los exhorta la revolución defensora del Plan de Ayala, a combinar sus esfuerzos, su propaganda, sus capacidades y sus energías de combate para emplearlas contra el funesto personaje que sin más apoyo que su capricho, es hoy por hoy el único estorbo para el triunfo de los ideales reformistas y para el restablecimiento de la paz nacional".
Tlaltizapán, Morelos, 27 de diciembre de 1917.
General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario